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El feminismo es de los pocos acercamientos reflexivos que ha aportado hilos para hacer preguntas de otro modo.

Martes 26 de abril de 2016

Ximena Bedregal

Tres mil años de lo mismo mientras la espiral de violencia y riesgo se amplia. Todas sus utopías han fracasado ¿Seguirán ciertos feminismos pidiendo equidad en ese Olimpo?

¿Qué estamos viviendo? ¿Qué es todo esto que chorrea miedo más allá de la muerte desparramada por las Torres Gemelas y acrecentó súbitamente la certidumbre de un gran riesgo colectivo -que no se llama precisamente AlKaeda sino sistema- y la incertidumbre de futuro hasta en el último rincón del planeta?

Allí donde la razón trata de pulsar por la vida, se rastrean explicaciones que buscan, al menos, un poco de entendimiento, alguna posible puerta de salida. Así, los politólogos buscan datos, hacen historia y analizan tratando de dibujar el tablero de este ajedrez del dominio que ha rebasado la moderna (maquiavélica) idea de que la guerra es la política por otros medios y que la política es la guerra sin sangre; los economistas desentrañan las formas y efectos de la más brutal desigualdad planetaria; los sicólogos analizan las condiciones para que la pulsión de muerte empuje desbocada y algunas feministas insisten en que la ausencia de mujeres en los espacios de decisión deja el poder en manos de lo más agresivo de las sociedades.

Todos tienen mucho/algo de razón y -unos más que otros- ayudan a razonar diversos aspectos de este monstruo que se nos viene encima. Sin embargo no me deja de dar vueltas el que poco de lo que hemos visto desde el 11 de septiembre es particularmente nuevo. Prácticamente todas las escenas ya las ha vivido, y repetidamente, la historia humana de los últimos tres mil años. Pareciera ser que hay algo que se ha oído ya antes pero no se ha escuchado, que hay algo que se ha visto pero no se quiere mirar. Un circulo vicioso que marea hasta hacer desaparecer los hilos que podrían orientarnos.

¿Instrumentos del sueño humano de volar usados como armas de terrible fuerza letal? ¿La idea de heroicidad por autoinmolarse en aras de una fe, una causa o una patria? ¿miles y miles de inocentes víctimas de las acciones de los señores de la guerra y la violencia? ¿Ciudades destruidas? ¿Edificios hechos polvo por bombas de diverso tipo? ¿Círculo de agresores, vencedores, vencidos y vengadores? ¿Miserables seudo líderes que se fortalence sembrando y cosechando sed de venganza? ¿Imperios incólumes e intocados por largo tiempo a los que un día les toca vivir lo mismo que sembraron? ¿gobernantes serviles y lacayos que se alinean sin vergüenza alguna al mandato del amo? ¿Débiles y temerosos (individuos o países) que ante la amenaza del fuerte solo atinan a decir un «usted manda señor»? ¿Cruzadas y guerras santas del bien contra el mal y promesas mesiánicas de justicia infinita? ¿Familias buscando a sus seres queridos desaparecidos por la violencia sin límites de otros, usando fotocopia de la borroneada foto de su cumpleaños o de su cédula de identidad y pegada al pecho o llenando muros? Estas, entre otras muchas que podríamos enumerar en páginas y páginas, son todas películas que hemos visto repetirse en nuestra historia muchas veces, más veces que las Torres Gemelas cayéndose en las pantallas de Televisa o CNN. ¡Hasta la fecha: 11 de Septiembre, ya la conocíamos!

Desde los mitos fundadores de la historia contemporánea, o sea desde el Olimpo griego con sus terribles dioses guerreros, traidores, violadores de mujeres, raptores, vengativos y castigadores que tanto ama la “cultura culta” sin ni siquiera percibir allí aspectos fundacionales de la moderna simbólica del poder, la violencia y la unión de la pluma y la palabra con la espada, pasando por las religiones monoteístas con sus dioses igualmente crueles y exigentes de obediencia, amenazando con el todo o la nada en sus cielos de “justicia eterna” o sus infiernos de dolor inacabable para los infieles que no siguen sus mandatos, hasta las laicas y racionales ciencias y tecnologías que han hecho posible un maravilloso escáner para que se investigue hasta el más recóndito pliegue del cerebro, y construido destructores misiles de dos millones de dólares cada uno, mientras millones se siguen muriendo de una diarrea o por falta de una simple aspirina; que han hecho que algunos puedan cruzar el planeta antes de que usted pase del desayuno al almuerzo mientras millones de mujeres caminan kilómetros para obtener un poco de agua; que han logrado que con apretar una tecla se traspasen cifras inacabables de dinero de un ex tremo a otro mientras millones no tienen ni el dinero que cuesta el plástico de la tecla o no han hecho nunca una llamada telefónica; que han conseguido clonar ovejas, construir todo tipo de objetos de consumo, llenar la ciudades de sobras y obsolescencias mientras más de la mitad del planeta apenas sobrevive a la desnutrición y el hambre. Desde los inicios de lo que conocemos como “Historia” hasta hoy, la violencia, las guerras, la locura de la muerte violenta y prematura, la destrucción material y humana, con todas sus imágenes posibles, han sido no solo la constante imparable sino hasta “el motor” de este cuestionable “desarrollo”.

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¿Qué es lo diferente, qué es lo que nos llena de temor, nos aprieta el estómago y nos hace sentir que estamos frente a un abismo y que todo empuja a dar un paso al frente? Sin duda, una parte tiene su base en la conciencia del nivel de riesgo que -producto del poder destructivo de las armas y de la diseminación sin control de estas- hoy tienen las aventuras bélicas; pero también el que ésta guerra que empezamos a vivir tiene un destinatario tan diluido que no hay modo de prefigurar su camino de ida ni de vuelta, su posible escalamiento; el que han echado al aire una bomba de la que sólo sabemos que caerá en muchas partes y, finalmente, ese demencial y simétrico discurso justificatorio que -en narcisista espejo de sí mismos- blanden los amos de la locura.

Pero hay otra parte que nos llena de miedo, de un miedo que no nace de eso que está más o menos conciente y al que los/las analistas le van poniendo palabras, sino de ese miedo que viene del fondo de nuestras memorias corpóreas, de aquellas huellas inefables e invisibles que han hecho sello en nuestra memoria genético-histórica, especialmente en las mujeres. De eso que cuando se trata de un individuo sólo una terapia profunda y larga -a veces- logra sacar a flote. Me refiero a ese “no saber que sabe” el por qué de la repetición de nuestra construcción cultural autodestructiva, violenta y guerrera. Ese inefable saber de que lo que estamos viviendo no es una guerra más sino la encrucijada civilizatoria más seria y más dramática de nuestra historia humana, la encrucijada civilizatoria del patriarcado.

No es casualidad que quienes han vislumbrado estos aspectos integren, precisamente, la parte de la humanidad que ha sido en la historia de esta macrocultura la otredad inefable: las mujeres. Al menos aquellas mujeres que apropiándose de la palabra (construyendo pensamiento, reflexión, autoridad a contramano: feminismo) han ido descifrando la lógica dual, dicotómica y paradójica en que se funda esta violenta construcción social, esa metáfora del uno cero que solo puede existir bajo la premisa de reducir todo lo diferente a la nada para repetir sin resolución lo mismo: círculo vicioso de nuestra historia que ha hecho que las más bellas utopías fracasen y repitan no sólo lo mismo contra lo que se levantaron sino que lo repitan en esa espiral de mayor peligrosidad que hoy nos aterra.

Para entender mejor esto veamos dos de los hitos epistemológicos que han construido el sentido de sí mismos, los moldes que detrás de las realidades terribles definen el hacer cultura y mundo en la historia de los últimos milenios. Para ello tomo como referencia un análisis hecho por la filósofa feminista Victoria Sendón: “En la tragedia de Edipo (posiblemente el más importante mito fundador de occidente) se representa de modo arquetípico la cadena de violencias que se origina en la necesidad de anular al “otro”, a ese diferente percibido como rival: Layo, inspirado por el oráculo (voz de los dioses), aparta a Edipo violentamente, temeroso de que ese hijo ocupe el lugar en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta. Edipo, inspirado en el oráculo,aparta a Layo, y después violentamente a la esfinge y ocupa su lugar…, Edipo, Creonte, Tiresias, inspirados por el oráculo (siempre por la palabra de los dioses) intentan eliminarse mutuamente temerosos de que uno de ellos ocupe el lugar que…. (agrego: y al medio las mujeres como objeto de rivalidad o de miedo). difícilmente se encontrarán las salidas ni las esclusas por donde la podredumbre tendría que verterse y porque mientras tanto el movimiento de las bombas empieza a sonar y los inocentes, sin que muchos los oigan, corren despavoridos buscando una protección que saben difícilmente encontrarán. El esquema original se va adaptando a las nuevas circunstancias y saberes, a los nuevos dioses, pero sin que suponga una autentica novedad. En Hegel, el sujeto amo, el sujeto UNO, absoluto, debe mostrarse como tal en el límite de la muerte, de la superación de un “otro”, pues ese sujeto es en realidad la metonimia de la gran metáfora del dios masculino como representación pura de la idea, o sea de la lógica binaria patriarcal: “Cada uno debe conocer necesariamente si el otro es conciencia absoluta; debe ponerse necesariamente en sus enfrentamientos con el otro de tal manera que eso salga a la luz; debe ofenderlo. Y cada cual puedesab er si el otro es totalidad sólo obligándolo a asomarse hacia la muerte; y, del mismo modo, cada uno se muestra a sí mismo como totalidad sólo asomándose a la muerte..” (Fenomenología del Espíritu). Sospecho que ni siquiera la dialéctica supuso una auténtica superación de aquel modo originario. El feminismo es de los pocos acercamientos reflexivos que ha aportado hilos para, al menos, hacerse las preguntas de otro modo. Ha marcado un salto, una asimetría que ha ensanchado el sentido de realidad y ha desentrañado muchos de aquellos símbolos, metáforas y paradigmas que construyen esta realidad injusta. Sus apuntes hacia el Ethos y el Logos de la macrocultura han aportado a desentrañar aspectos significativos de esta ilusión civilizatoria que nos envuelve. Sin embargo, nuestro sistema potencialmente diferente de comprender la realidad aún no consigue fijar con claridad su propio camino.

Para entender mejor esto veamos dos de los hitos epistemológicos que han construido el sentido de sí mismos, los moldes q ue detrás de las realidades terribles definen el hacer cultura y mundo en la historia de los últimos milenios. Para ello tomo como referencia un análisis hecho por la filósofa feminista Victoria Sendón: “La lógica patriarcal, hoy, en su manifestación más elaborada se muestra (en su máxima potencia), como lo que es: una violencia sublimada, pensada, justificada.

Sólo hay que elevar al orden trascendente entelequias como patria, honor, enemigo, extranjero…, en fin, para que cualquier tipo de violencia pueda darse impunemente. Violencia fundacional que para perpetuarse requiere de tres elementos: tomados de dos en dos (en binario): el vencedor, el vencido y el vengador”. “En la tragedia de Edipo (posiblemente el más importante mito fundador de occidente) se representa de modo arquetípico la cadena de violencias que se origina en la necesidad de anular al “otro”, a ese diferente percibido como rival: Layo, inspirado por el oráculo (voz de los dioses), aparta a Edipo violentamente, temeroso de que ese hijo ocupe el lugar en el trono de Tebas y en la cama de Yocasta. Edipo, inspirado en el oráculo, Esta es la lógica que hoy con el desarrollo tecnológico y la concentración del poder llega a su máxima potencia destructiva. Esta lógica -pienso- es lo inefable (para la mirada desde la misma lógica) que pulsa detrás del síntoma del miedo colectivo, porque en ese “no saber que sabe” se percibe la necesidad de un cambio profundo y porque en él se percibe también que desde estos paradigmas. Es cierto que en esta lucha han mejorado aspectos de la vida cotidiana de las mujeres pero es necesario terminar de comprender que desde el Olimpo de los dioses patriarcales, sus espacios, sus lógicas, sus comprensiones de la política, sus sentidos de la realidad, sus simbólicas, sus paradigmas -aunque estos permitan darnos la mitad de los puestos celestiales a las mujeres- poco se ayudará a que el campo de visión se abra hacia nuevos horizontes donde la encrucijada tome caminos más inteligentes, donde se den saltos cualitativos y donde no se siga repitiendo el círculo vicioso de la construcción que destruye. Si no es así díganme ¿Cómo fue que sólo una mujer en el parlamento estadunidense votó contra la guerra y ninguna ha votado contra el aumento de presupuesto bélico, las restricciones a las libertades individuales, el permiso a los espionajes sin límite, el uso de violadores a los Derechos Humanos como fuente de inteligencia? ¿Cómo fue que ninguna se acordó de sus congéneres afganas secuestradas por los que llaman sus enemigos si muchas de ellas defienden derechos ¿gremiales? de las mujeres? ¿Cómo fue que todas se sumaron al “estás conmigo o eres mi enemigo/a?” Parece que la equidad en ese Olimpo no lleva a mucho más que – de vez en cuando- una ley que ayude a alguna, pero hoy queda aún más claro que las leyes se usan en todas partes según convenga al poderoso.

Aunque estemos en ese lugar celestial, junto a esos dioses, nada en él nos pertenece: ni sus símbolos, ni su poder, ni sus representaciones, ni siquiera nuestros hijos a los que mandan a morir por sus valores y lo peor, convencidos de estar del lado del bien. La irracionalidad a la que ha llegado esta macrocultura urge no sólo a las mujeres sino a los humanos todos, a entender que no es cualquier inteligencia, cualquier razón ni cualquier lógica la que puede frenar y transformar esta amenazante realidad. Pensar que la lógica que la ha provocado tiene puertas de salida es repetir, una vez más, la paradoja de que lo que ha producido esta situación de miseria moral e indefensión generalizada podrá resolver la situación que ella misma ha creado. Lo que tenemos al frente es, insisto, una encrucijada civilizatoria y el tiempo se nos acorta. Si nos bajamos del Olimpo y nos unimos más mortales tratando de hacernos las preguntas de otro modo, buscando pensar lo no pensado, tal vez nos alcance el tiempo

Fuente original: Rojo y Negro

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